CUIDANDO NUESTRAS PALABRAS.

UNA FE VIVIDA EN EL DÍA A DÍA

¡Hola y mil bendiciones a todos! Es un gozo saludarles en este nuevo espacio que El Eterno me permite compartir en la intimidad de tu hogar o lugar de trabajo, bajo la gracia del Padre Celestial.

Hoy, quiero hablarles sobre el poder de nuestras palabras y la importancia de cuidar nuestra manera de hablar. En el libro de Proverbios (18:21), se nos revela la conexión entre la lengua y el poder, indicándonos que lo que hablamos puede ser para bien o para mal. Debemos reflexionar sobre nuestras palabras, conscientes de que lo que expresamos puede influir en nuestras vidas.

La Palabra de Dios nos insta constantemente a vivir cuidando nuestras palabras y a ser conscientes de lo que abunda en nuestro corazón, ya que de ello habla nuestra boca (Lucas 6:45). No se trata de adoptar una actitud positivista, sino de llenar nuestro corazón con la palabra de Dios, con sus promesas y bendiciones, para que, en todo momento, nuestras palabras reflejen la gracia que hemos recibido.

La disciplina en nuestra forma de hablar es esencial. Demos gracias al Señor por la revelación de Su palabra y por el recordatorio de que nuestras palabras tienen el poder de cosechar lo que hablamos. Es tiempo de reflexionar y renovar nuestra manera de expresarnos.

Vivimos en un mundo lleno de dificultades, y la tentación de hablar negativamente en medio de las pruebas es real. Sin embargo, recordemos Mateo 15:11, donde Yeshúa nos enseña que no es lo que entra por la boca lo que contamina, sino lo que sale de ella. Nuestras palabras revelan lo que hay en nuestro corazón, y es responsabilidad nuestra llenarlo de las promesas y bendiciones divinas.

En este tiempo desafiante, la disciplina en nuestra manera de hablar se vuelve crucial. No permitamos que las circunstancias adversas nos lleven a expresiones negativas, sino que, al contrario, elevemos palabras de bendición, agradecimiento y fe en cada situación.

Recordemos que El Eterno nos llama a vivir una fe activa, una fe que se refleje en nuestra relación con Él y en nuestras interacciones diarias. No seamos cristianos de adorno, sino discípulos del Mesías que llevan Su evangelio a la práctica.

En nuestra vida cotidiana, en medio de las alegrías y las pruebas, cultivemos una fe viva que glorifique al Eterno Dios y bendiga a quienes nos rodean. Agradezcamos al Señor por todas las cosas, reconociendo que, en todo, Él trabaja para nuestro bien.

Este tiempo, aunque difícil, es una oportunidad para aprender, crecer y expresar nuestra fe de manera tangible. Aprendamos entonces a enfocarnos en las bendiciones cotidianas, en la gracia que nos sostiene y en la oportunidad de ser instrumentos de bendición para otros. Alabemos al Señor por renovar nuestras mentes y espíritus, por darnos una nueva oportunidad de vivir. Elevemos nuestras manos y corazones en gratitud, reconociendo que todas las cosas contribuyen a nuestro bien, según Su propósito.

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