Cómo Establecer Decretos Espirituales
Hoy quiero compartirles una enseñanza crucial sobre cómo establecer documentos legales en nuestras vidas espirituales. Como hijos de Dios, muchas veces subestimamos el poder que tienen nuestras palabras en el ámbito espiritual. Hablamos con ligereza, sin darnos cuenta de que cada palabra que pronunciamos está creando realidades en los cielos, estableciendo documentos espirituales que pueden ser permanentes y que afectan directamente nuestro futuro y el de nuestras familias.
El poder de la lengua para crear vida o muerte
Cuando hablamos, no solo estamos comunicando ideas o emociones, estamos escribiendo en el mundo espiritual, Salmo 45:1 dice: «Mi lengua es como pluma de hábil escritor». Cada vez que pronunciamos algo, nuestras palabras quedan registradas en el ámbito espiritual, formando decretos que pueden tener consecuencias positivas o negativas. Si decimos, por ejemplo, «Este día fue terrible» o «Nunca tendré éxito», estamos declarando y sellando estas palabras como verdades espirituales sobre nuestras vidas. Proverbios 18:21 nos recuerda que «en la lengua hay poder de vida y muerte». Es decir, lo que hablamos determinará los frutos que cosecharemos en el futuro.
En Mateo 18:18, Jesús nos otorga una autoridad asombrosa: «Todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo». Esto significa que nuestras palabras tienen la capacidad de atar o desatar bendiciones o maldiciones tanto en la tierra como en el cielo. Por lo tanto, debemos ser extremadamente conscientes de lo que decimos, pues nuestras declaraciones son como documentos legales en el mundo espiritual, con poder para establecer el curso de nuestras vidas.
El impacto de las palabras en nuestras generaciones
Un ejemplo contundente del poder de las palabras lo encontramos en la historia de Noé y su hijo Cam. Después del diluvio, Noé pronunció una maldición sobre Canaán, el hijo de Cam, que afectó no solo a su vida, sino a las generaciones que le siguieron. Génesis 9:25-27 relata cómo Noé maldijo a Canaán diciendo: «Maldito sea Canaán; siervo de siervos será para sus hermanos». Esta maldición tuvo un impacto duradero, afectando a toda su descendencia. Me atrevo a decir (conociendo el origen Bíblico de los pueblos) que esa es la razón fundamental de las dificultades que enfrentan ciertas regiones del mundo, como la pobreza y los conflictos permanentes en África; todo es consecuencias espirituales de palabras pronunciadas hace miles de años.
Si bien esta interpretación es controversial, el mensaje es claro: nuestras palabras pueden establecer bendiciones o maldiciones que se extienden a las generaciones futuras. Como padres, debemos tener mucho cuidado con lo que decimos sobre nuestros hijos. No debemos caer en la trampa de etiquetarlos negativamente, pues estas palabras pueden convertirse en realidades espirituales que limiten su potencial. En lugar de decir, «Este hijo mío nunca aprende» o «No sirve para nada», debemos declarar palabras de vida y bendición que aseguren su futuro en el Señor.
La importancia de hablar en fe
Una clave fundamental que debemos aprender es la importancia de hablar con fe. No se trata de negar la realidad o mentir sobre nuestra situación, sino de adoptar una postura de fe basada en las promesas de Dios. Por ejemplo, si estamos atravesando una enfermedad, podemos reconocer el problema sin declararlo como una derrota definitiva. En lugar de decir, «Estoy muy enfermo, no creo que mejore», podemos decir: «Estoy enfermo, pero creo en la promesa de sanidad de mi Dios». Esto cambia radicalmente la atmósfera espiritual, estableciendo un decreto de fe que abre la puerta a la intervención divina.
Yeshúa mismo nos enseñó este principio cuando maldijo la higuera que no daba frutos (Marcos 11:12-14). Aunque la lección aquí no es solo sobre el poder de maldecir, sino sobre la importancia de dar fruto en nuestra vida espiritual, podemos rescatar de ella el poder y la autoridad que tenemos en nuestras bocas. Si nuestras palabras no reflejan fe y bendición, corremos el riesgo de ser como esa higuera estéril. Dios nos llama a ser fructíferos y a hablar palabras que traigan vida y edificación a nuestras vidas y a las de los que nos rodean.
Declarar bendición sobre nuestras vidas y negocios
Quiero desafiarte, a que, como cristiano, aprendas a usar tus palabras para bendecir tus circunstancias, tu familia y tus negocios.
A veces, cuando las cosas no salen como esperamos, somos rápidos en hablar negativamente sobre nuestra situación. Si un día no se vende nuestra mercancia en nuestro negocio, por ejemplo, podemos caer en la tentación de decir: «Nada me sale bien, nunca tendré éxito». Sin embargo, este tipo de declaraciones solo refuerzan las barreras espirituales que impiden nuestras bendiciones. En lugar de eso, debemos proclamar bendición, aun cuando la situación parezca adversa, diciendo: «Hoy no hubo ventas, pero confío en que El Señor prosperará mi negocio porque Él me ha bendecido».
Nuestras palabras tienen un poder creador y debemos usarlas con sabiduría. Si queremos ver prosperidad, éxito y bendición en nuestras vidas, debemos comenzar por hablarlas. La Biblia nos asegura que nuestras manos, nuestro trabajo y el fruto de nuestro vientre son benditos por Dios (Deuteronomio 28:4). Aunque enfrentemos desafíos, debemos aferrarnos a esta verdad y declarar la bendición de Dios sobre cada área de nuestras vidas.
Conclusión
En resumen, establecer documentos legales en nuestras vidas espirituales comienza con nuestras palabras. Cada palabra que pronunciamos es como una firma en un documento espiritual que puede desatar bendiciones o maldiciones. Como hijos de Dios, tenemos el poder y la responsabilidad de usar nuestras palabras para construir y no para destruir. Yeshua nos ha dado la autoridad para atar y desatar en la tierra y en el cielo, y debemos utilizar ese poder con sabiduría.
Hagamos un esfuerzo consciente por hablar palabras de vida y bendición sobre nosotros mismos, nuestras familias y nuestras circunstancias. Al hacerlo, estaremos cooperando con el plan de Dios para nuestras vidas y asegurando que Su voluntad se cumpla en la tierra como en el cielo. Que nuestras lenguas sean siempre como plumas de hábil escritor, estableciendo decretos de vida, fe y prosperidad en el mundo espiritual. Amén.
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